Tres de Agosto, hora cero. Dicen que los malos van al infierno, pero el infierno es la realidad. Un nuevo camión llegó y con el más adquisiciones para la organización. Un grupo de indefensos baja y los conducimos a sus nuevas suits. El jefe nos advirtió que la violencia es mala, ya que no nos genera ganancias, por eso tratamos de ser los más cariñosos del mundo. Al cerrar las puertas, nos quitamos nuestros protectores de identidad y nos dirigimos a la terraza para obtener un poco de luz ante tanta oscuridad. Uno de los muchachos se lastimó la pierna, un indefenso lo pateó mientras bajaba del auto. Observo a mí alrededor y no encuentro respuestas. Cabizbajo camino en círculos y pensando en la nada miro el piso y un brillo inequívoco captura mi atención. Una pequeña medalla de plata yace en la frialdad de la habitación y, ante tanto silencio, una llamada: es hora de preparar a los indefensos, el trabajo ha empezado.
Ya pasaron varios días desde que llegó el camión. Los indefensos ya no responden, sólo caminan como zombis esperando algo que saben que no va a llegar. El negocio se está yendo a la quiebra. Necesitamos más adquisiciones para sobrevivir. Aún recuerdo a una de ellas, la más hermosa de todas, está perdiendo su encanto. Ahora parece un mapache dopado. Hace tres días que enfermo y no hay más provisiones ni medicina para salvarla. Creo que se llama Gema.
Tres de Julio, hora cero. La niñez no siempre es duradera, pero no podemos adelantarla para la vida. Hace un mes que todo es oscuro, hace un mes que conocí a muchos chicos que como yo, se están perdiendo de sus capítulos favoritos de “Colmillo Blanco y los galácticos”. Sólo escuchamos las voces graves de los gigantes que nos vigilan y llamadas que nos indican que es momento de salir. Al sonar el teléfono y abrirse la puerta, muchos no queremos dejar nuestros lugares en las habitaciones. Sabemos que es mejor quedarse al lado de los gigantes que ir a las habitaciones de los gusanos grises. Estos nos quitan las fuerzas de seguir pensando que nuestros padres están en camino.
No tenemos vista al mar, ni siquiera dónde jugar. Sólo una amplia vista de un techo descascarado por la humedad y unos colchones al estilo japonés. El tiempo se hace largo, ya no sé cuándo termina el día y cuando la noche. Ya no veo colores, sólo mi colmillo blanco que vendrá a salvarme. Siempre había dicho que odiaba el cielo y las nubes, porque me habían hecho olvidar a mi padre, pero ahora los añoro. Últimamente, duermo más que nunca. Quizás ahora le hago más caso a mi madre. Me da mucho calor por las noches y sudo demasiado: seguro debemos estar en verano.
Tres de Noviembre, hora cero. Camino descalza sobre las nubes. Ya no escucho venir a mi Colmillo Blanco, los gigantes no me buscan más y los gusanos grises han cerrado sus puertas a mi dolor. Es extraño como ha cambiado todo. Gema ha calmado sus miedos, pero aún sus dolores son inmensos. Ahora siente como el tiempo pasa más lento. Sus gigantes la han ignorado por completo. Aquellos gusanos grises que le arrebataron sus ilusiones buscan más indefensos para suplantar su sed de locura. El jefe nos llamó, dice que nuevas adquisiciones llegarán hoy. Habrá más infantes que podremos exportar para que el comercio de aberración eleve nuestras ganancias. Es momento que nos deshagamos de los indefensos que nos quitan espacio y dinero.
Gema observa todo moverse. Sus gigantes van de un lado a otro como si miles de abejas no tuvieran panal y las llamadas no tienen cuando acabar. Ahora la toman del brazo como si fuera un trapo desprotegido por la madurez. La conducen a un cuarto apartado de la realidad y simplemente se marchan. Gema, tendida en un pedazo de tela, sonríe y relaja su cuerpo y mente. El sudor en su frente recorre sus mejillas pálidas y delgadas. La inexistencia se va apoderando de su ser y, poco a poco, el sueño la vence y cierra sus ojos lentamente.
De pronto, una puerta se va abriendo y Gema observa un par de zapatos que le son familiares. Los segundos se hacen eternos y en la inmensidad del silencio, se asoma su madre. Sin debitar, le sonríe y la toma en sus brazos. Junto a ella, una frondosa melena blanca aparece. Es él, su más adorado héroe, su Colmillo Blanco llegó para rescatarla. Gema siempre supo que vendría. Soñé una y otra vez que vendrías. Ahora todo es perfecto. El dolor y las heridas han pasado a ser ilusiones que jamás pensé. Gema abraza a su madre y a su gran héroe y les dice: “Sabías que ya sé que quiero ser de grande, ¿Sabías? ¿Sabías mamá?” Su madre sólo le lanza una ligera sonrisa y la mira. “Mamá quiero ser como un gran Colmillo Blanco que elimine a los gusanos y a los gigantes que le han arrebatado a todos los infantes la ilusión con la que vivían cada día.”
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