CUENTO::: COLMILLO BLANCO
Tres de Setiembre, hora cero. Detrás del sarcófago hundido, bajo la sombra más lejana de mi mente, un despliegue inmenso de colmillos blancos se acercaba ante mí. La tentación de huir era grande y las ganas de escapar superaban cualquier miedo recóndito guardado en mi imaginación. Huir, huir, huir, eran palabras que recorrían mis sentidos, quizás era sencillo, pero una fuerza indomable detenía cualquier simple movimiento de abrir aquella puerta que me tenía prisionera. Sabía que nadie me encontraría, sabía que ya no vivía, sabía que me mantenía en un sueño constante poseído por una pesadilla.
Es hora de abrir los ojos, ya están aquí otra vez. Una luz lejana me separa de mis colmillos blancos, mis preciosos colmillos blancos que ahora son dos gigantes que de un tirón me ponen de pie. Ya sé que tengo que hacer, es siempre lo mismo, aceptar, silencio y mejor soñar. Los dos gigantes me dirigen por el mismo camino todos los días, van conversando de las nuevas adquisiciones y de rato en rato me lanzan una mirada que me tumba contra la pared y me obliga a entrar a aquel cuarto infectado por un enorme gusano gris.
Mi madre solía decirme que incluso los animales más feos sobre la tierra son bellos por dentro. Hace tanto tiempo que no la veo, pero, a pesar de saber que los animales más feos siguen siendo feos, le creo. En ocasiones, viene a mí por unos instantes, me abraza fuerte mientras mi dolor es inmenso. En las noches se recuesta a mi lado y tararea aquella vieja canción que me deja dormir por un rato, pero trato de no pensar en ello. Es mejor vivir en sueños que apegarse a la realidad, eso lo he aprendido estos últimos meses.
Tres de Junio, hora cero. El mundo gira miles de veces, pero aún no encuentra por qué detenerse. Es de noche, y en la casa verde una luz aún no desciende. Un pequeño ruido se escucha en el cuarto de Gema. Es su madre que le dice “A dormir Gema, mañana tienes que ir a la escuela”. Gema, a través de un gesto, ignora a su madre. Sabe que le queda mucho tiempo para ir al colegio y no quiere perderse un capítulo más de su dibujo favorito “Colmillo Blanco y los galácticos”. Su madre repite la orden una y otra vez, pero esta es superada por la fuerza de la imaginación. Un golpe en seco manda a “Colmillo Blanco y los galácticos” al suelo. La imaginación se acaba y las lágrimas de Gema recorren sus frías almohadas. Mientras que, en el otro lado de la habitación, su madre se apodera del frasco naranja colocado sobre su repisa y toma una a una sus futuros sueños.
La luna se acaba y el sol avanza. Es un nuevo día para Gema y su madre. El café se derrama sobre la mesa y sobre la madre de Gema. Un grito violento manda a la niña al auto a esperar la ida a la escuela. Desde que su padre vive en los cielos, junto a las nubes y las aves, la relación entre Gema y su madre no ha sido la misma. Los constantes viajes de su padre la han hecho olvidar su rostro y su voz. Al llegar a la escuela, su madre le advierte que la recogerá por la puerta delantera. El rostro angelical y sutilmente perfecto de Gema voltea hacia su madre y asienta con la cabeza en señal de aceptación. Sin decir una palabra, baja del auto colocando en su bolsillo derecho aquella medalla de plata que le regaló su padre antes de viajar.

Se terminaron las clases y es momento de ir a casa. Gema atraviesa los corredores que la conducirán a su madre y a un día más sin poder ver “Colmillo Blanco y los galácticos”. Se detiene, duda y decide cambiar de rumbo. Ahora su destino final es la puerta trasera que se encuentra colmada de gente. Llega y sale a la calle. Una gran sonrisa se dibuja en su rostro: sabe que es una pequeña travesura que le costará un tremendo gritón, pero no le importa. Respira pequeñas sustancias de libertad y sabe que es momento de regresar. De pronto, la gran avenida que estaba viendo se oscureció. La gente y los sonidos desaparecieron. Sólo el cierre repentino de una puerta y el arranque de un auto permanecieron en su conciencia. La sonrisa de Gema se dibujo en vacío. El temblor se apoderó de sus huesos y su madre esperó hasta lo eterno.
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